Hoy me he
lanzado al vacío. Así, tal como suena.
En mi empeño de poder tachar de la lista de “cosas que hacer este año” el practicar algún deporte, y (todo sea
dicho) después de un par de semanas en el gimnasio, he dado el gran salto.
Y menudo
batacazo.
La clase en cuestión
se llama Zumba, aunque podrían denominarla “Tumba” porque es lo que he
necesitado hacer nada más salir (estar tumbá).
Era la primera
vez que iba a esta clase y, por si algún@ tenéis en mente acudir y, ya que los
cabritos del gimnasio no dicen na de na, os daré unas sencillas recomendaciones:
Clase de zumba:
Necesario agua y una toalla.
Indispensable un mínimo de coordinación.
¿Imagináis que
me ha faltado además del agua?
Elemental.
Por lo visto
al nacer a alguien se le olvidó repartirme el don del ritmo.
No sé si la
profesora es un androide que han montado basándose en Shakira, Michael Jackson
y todos los alumnos de Fama juntos o qué, pero… ¡cómo baila! Viéndola a ella ¡parecía
todo tan sencillo!
Creo que mi
problema es de tipo neuronal, que mi cuerpo no pillaba lo que mi cerebro le decía,
porque este no paraba de gritar: HAZLO ASI DE BIEN! MUEVE ESAS CADERAS! OE OE
OE!! Pero… no ha habido manera.
Mis manos y
mis pies van a su bola y pasan de ponerse de acuerdo.
A pesar de
mi coreografía (estilo pato-mareao), he
disfrutado con la música, sudado un montón y me he reído a más no poder cada
vez que me miraba en el espejo.
Entonces…
que me quiten lo bailao!
Ahora se
plantea la siguiente pregunta.
¿Volveré?
Pues creo
que no.
¿Por qué?
Porque al
nacer si me dieron (y doble además) el sentido del ridículo y no sé si encontraré
el valor suficiente de volver a la clase.
P.D: que
vigilen más lo repartos de virtudes en el nacimiento.
P.D2: Si me
lee el/la que se llevó mi sentido del ritmo que me lo devuelva que yo le doy
todo el del ridículo todo enterito.
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